Si me conoces, no cuentes mi historia. No me describas ni me cites. Aunque me conozcas o me veas durante unos segundos o minutos, no intentes esbozarme. Me contarías como quien escribe en la sección de sucesos, mutilada y fragmentada, imposible, casi mítica. Soy un hack en tu conciencia, algo tan innombrable e impensable que tus descripciones, ¿afanosas por sonar poéticas?, me olvidan. La persona de quien escribes es la pura sensación que sientes ante nosotras (miedo, repulsa, fascinación, incredulidad, excitación…). Somos un hack en tu reflexión. Exóticas, como arañas bajo las rocas, bajo los trastos, tras los armarios. Escríbenos, inténtalo. No nos interesarás. Te pierdes en tu alteridad (o, más bien, en tu Unicidad).
Pido un alto a la cosificación y al aderezamiento machista que vivimos constantemente las mujeres. Debería pedir, escuchándote, un alto a la antropornografía*. Debería explicitar más que no somos ‘carnaza’, y que la ‘carnaza’ es un cadáver expuesto, cosificado y que no tendrá Antígona que lo llore y dignifique. Pero daría igual, dudo que no lo hubieras escuchado antes: mientras no lo quieras entender, no lo entenderás. Daría igual cuánto te lo repitiese
*En The Pornography of meat, Carol Adams (conocida por ser autora de The Sexual Politics of Meat: A Feminist-Vegetarian Critical Theory) llama ‘antropornografía’ al uso pornográfico y humanizante de los animales no humanos o de parte de ellos.
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